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PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LAS TABLAS DE DAIMIEL (I)

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En esta primera parte quisiera expresar mi modesta opinión sobre el pasado de Las Tablas, hasta que surgieron los problemas de abastecimiento de agua, para encontrarse en la situación actual tan precaria.

En La Mancha, reciben el nombre de «tablas» los desbordamientos naturales más o menos persistentes que presentan algunos ríos en ciertos tramos de su recorrido. Y en el desbordamiento formado en la entrada del río Gigüela en el Guadiana se encuentra el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, con una superficie de 1.928 hectáreas, entre los términos municipales de Villarrubia de los Ojos (un 30% aproximadamente) y el de Daimiel (el resto de su totalidad), en la provincia de Ciudad Real.

Las Tablas del Gigüela y del Guadiana, están formadas por el agua de dos ríos de muy diversa naturaleza. Por un lado el río Gigüela de régimen irregular de agua, que procedente de las parameras de Cabrejas, en la serranía conquense, aportaba sus aguas salobres, y, por otro, el río Guadiana de aguas dulces, que nunca llegaba a secarse y que surgía de sus «ojos», a unos 15 Km. al Este de Las Tablas.

Ambos regímenes fluviales mezclaban sus aguas en los desbordamientos acuosos de Las Tablas, creando un ecosistema característico único en su género, entremezclándose el carrizo y la masiega. El fondo de Las Tablas estaba tapizado por extensas praderas de plantas sumergidas, de muy variables especies, cuyo conjunto recibe el nombre genérico de «ovas». Asimismo, abunda una vegetación leñosa en los numerosos islotes, como es el Taray. Entre la fauna sedentaria que lo puebla hay que lamentar varias ausencias en los últimos años. Entre ellas la del cangrejo de río autóctono hoy desaparecido de las aguas y que junto a los peces de otras especies proporcionaban una importante fuente económica a los habitantes de Daimiel. Anfibios y reptiles también eran asiduos de Las Tablas. Entre los mamíferos, las nutrias, zorros, conejos, y jabalíes son los representantes más destacados, y dentro de la avifauna autóctona, está el aguilucho lagunero, las fochas comunes, y las distintas variedades de anátidas como aves acuáticas mas destacadas asentadas en el humedal. También en invierno acuden a este punto gaviotas y otras aves en forma de asentamiento esporádico. Este ecosistema debe ser protegido y asegurar su pervivencia.

Históricamente la más antigua y valiosa referencia de Las Tablas se halla en el «Libro de Caza», escrito hacia el año 1.325 por el infante don Juan Manuel, sobrino del rey Alfonso X «El Sabio», en el que alababa las bondades que, como cazadero de aves de cetrería, tenía el Gigüela en su entrada al río Guadiana, lugar cubierto de almarjales, de difícil acceso y malos pasos, propicio para todas las cazas. Estos malos y escasos accesos, inundados muchas veces, donde el barco era obligado a través de enmarañados marjales, dificultaban su recorrido, por lo que Las Tablas permanecieron durante siglos aisladas en su propia y justa fama paradisíaca.

En Noviembre de 1998, fue editado por la Biblioteca de Autores Manchegos de la Diputación Provincial de Ciudad Real, un libro muy valioso de unas 500 páginas donde detalladamente habla de la riqueza de este humedal, en el que han colaborado especialistas en Ciencias Medioambientales, Biólogos, Psicólogos Naturalistas, Geógrafos, Historiadores y Arqueólogos, que además de sus eruditos conocimientos han utilizado una extensa bibliografía.

Aparte de este valioso tratado recopilatorio de su flora y de su fauna, ahora en vías de extinción, creo conveniente exponer aquí otra opinión detallada de Las Tablas cuando estaban en todo su esplendor, en la segunda mitad del siglo XIX. Un cazador valenciano, llamado Enrique Pérez Escrich, muy asiduo a cazar en éllas, escribió un libro titulado LOS CAZADORES, editado en Madrid el año 1876, en el que, en uno de sus capítulos titulado LAS CHARCAS DE DAIMIEL, describe las bondades de este humedal, como cazadero de patos, en el que invita y anima a sus amigos cazadores de la Albufera de Valencia a visitar este cazadero.

El poseedor de este libro, Eugenio Banegas Ruiz, ha tenido la amabilidad de dejármelo leer, del cual me he permitido sacar unos apuntes, que a mi modo de ver, es una descripción algo detallada de lo que fueron Las Tablas.

La narración del capítulo comienza así:

«Dice el Evangelio de San Juan que Tomás, uno de los doce apóstoles, al referirle sus compañeros que su Divino Maestro había resucitado, contestó: «Si no veo sus manos las cicatrices de los clavos, y las toco con mis dedos, no lo creeré».

Si un santo dudó hasta que tuvo la dicha de ver, nada de extraño que nosotros … demos crédito cuando se nos cuenta algo que, apartándose de la vulgaridad, que aproxima a la fábula …, pues aún los más crédulos y sencillos, en estos casos sienten nacer en el fondo de su alma una sombra vaga y recelosa llamada duda…

Y basta esta introducción …, pues voy a hablar de las Charcas de Daimiel, en donde suele alguna que otra vez hacerse carambola de pato y jabalí, no solamente con la fe de mi verídica pluma, sino del testimonio de personas que viven…

Las Lagunas de Daimiel no son otra cosa que ampliaciones o remanaderos de los ríos Gigüela y Guadiana; tienen una anchura de dos kilómetros por veinte de longitud, y se hallan situadas a ocho kilómetros de la población. Cuando los ríos bajan, las Charcas, perdiendo el tributo que les pagan, empobrecen…

Es tal la abundancia de aves acuáticas que acuden durante los meses de invierno a las Charcas de Daimiel y a los ríos que las circundan, que un cazador, oculto en su puesto o en su barca, puede prometerse por término medio disparar doscientos cartuchos desde las siete de la mañana a la una de la tarde.

Las Lagunas de Daimiel reúnen las condiciones siguientes: profunda quietud, que no interrumpe el febril movimiento de las pequeñas embarcaciones que cruzan diariamente; grandes carrizales y espadañares, donde las palmípedas encuentran solaz y abrigo, entrando en las replazas y tableros de agua con menos recelo, por ser más estrechos que en la Albufera, y permitiendo al cazador tirarlas con mejores condiciones, aprovechándose más los tiros.

A mis paisanos los cazadores de Valencia, para que se formen una idea de las Charcas de Daimiel, si no las conocen, les diré que son una ampliación del Fanch de fora de la Albufera en mayor escala, pues en las Charcas existen cien puestos como aquél, en donde han tenido grandes tiradas muchos amigos míos y en particular Martí de Véses, que ha muerto en una mañana ciento treinta y siete patos reales, y muchas de ochenta y noventa, sólo de esta raza tan espantadiza y de tanto sentido. Si alguno dudase de mis afirmaciones, yo las apoyaría en el testimonio de todos los vecinos de Daimiel, que tan grandes tiradas han hecho en las Charcas …, verdadero paraíso de los aficionados a la escopeta.

Los patos comen de noche. Apenas comienza a oscurecer, se ponen en movimiento y abandonan el lago, extendiéndose por los sembrados de cereales y terrenos baldíos, abundante mesa que les prepara la naturaleza. Cuando están hartos …, vuelven a las Charcas a pasar el día disfrutando de la dulce quietud que tanto les gusta y les seduce. Allí hacen la digestión zambulléndose de vez en cuando bajo las transparentes aguas y devorando sin gran ansia pequeños insectos.

Cuando el cazador se coloca en su puesto… Espera que amanezca, que es la hora en que la caza debe regresar a las Charcas, y efectivamente, los patos vuelven a la querencia… Pero no lo hacen todos de una vez, sino en bandos más o menos numerosos, ahora cuatro, luego seis, o uno por uno, y así sucesivamente hasta la aproximación del medio día … Los ánades, al volver a la querencia del sitio …, ven los cimbeles perfectamente imitados, y abaten su vuelo, describiendo círculos en derredor del puesto. Entonces el cazador les tira a buena distancia, hiriéndole bajo el ala y gozando al verlos caer sin vida sobre las tranquilas aguas. Para los oídos de un cazador la caída de un pato sobre las aguas es más sonora, más dulce, y sobre todo más conmovedora que las melodías de Rossini.

Mi amigo Véses ha montado el cazadero de las Charcas de Daimiel a la valenciana. Con su inteligencia, su actividad y su increíble afición a la escopeta, ha convertido una de las islas de las Lagunas en un oasis encantrador. Todo allí respira la limpieza, la alegría, la mañosidad … Véses ha puesto a contribución a Valencia para poetizar las Charcas de Daimiel: barquichuelos, cimbeles, todo lo ha traído de su país, hasta la paella…

Verdaderamente es una sorpresa que llena el alma de agradable satisfacción matar uno o dos jabalíes dentro del agua, estando a espera de patos. Los que no han cazado en las Charcas de Daimiel, no pueden explicarse esto; pero nosotros procuraremos que nos crean, y tengan por verídica nuestra pluma refiriéndoles hechos que conocen muchos centenares de personas.

A los que parezca extraña la presencia de jabalíes en las Charcas, les diré que los confines de los Montes de Toledo se hallan a una legua de distancia de las Lagunas de Daimiel, y las reses bajan en los años secos a buscar las aguas, y no abandonan ya los carrizales, donde encuentran quietud, albergue y buenos encamos. Además, como todas las dehesas inmediatas a los ríos están pobladas de encinares, grandes campos de cereales y viñedos, les proporcionan abundante comida.

Las nutrias, cuya piel es tan codiciada por los cazadores, abundan también en las Charcas de Daimiel, y muchas veces, nadando por debajo del agua, se llevan al fondo para comerse los patos muertos que flotan sobre la superficie. Crían en los carrizales y en las orillas del río. En tiempo de celo se reclaman silbando de un modo sutil y fino, lo cual indica al cazador el sitio donde se hallan. Por esta época es cuando se matan más.

Cuando mi amigo Véses convirtió las Charcas de Daimiel en un cazadero de primera clase se creó una sociedad, de la que formaban parte el general don Juan Prim, Milans del Bosch, don Nazario Carriquiri, el marqués de Perales y el doctor Simón. Reformada esta sociedad después de la muerte del malogrado general Prim, sigue hoy constituida del modo siguiente: general Milans del Bosch, el marqués de Campo Sagrado, los duques de Alba, de Sexto, de Tamames, de Huéscar; los condes de Santa Coloma, la Patilla, de Villanueva, de Castellá; don Manuel Quiroga, don Juan Prim (hijo), don José Orovio, Heredia, Indo, don Guillermo Solier, y marqués de Sardoal.

Aconsejo a los buenos aficionados a la escopeta, si les es fácil, que hagan una visita a las Charcas de Daimiel, con la seguridad de que no se verán defraudadas sus risueñas ilusiones. El cazador de pura sangre que caza una vez en las Charcas, no las olvida nunca».

Así termina el relato de este cazador amante de las ahora llamadas Tablas de Daimiel.

Las Tablas han sido siempre un punto de cita para los cazadores de acuáticas, unas veces organizadamente y otras de manera esporádica o furtiva, en las que miles de aves han rendido tributo a una de las más ancestrales y arraigadas costumbres del hombre: La de cazador.

Después de un anárquico y polémico aprovechamiento cinegético, que resuelve el Estado mediante una Orden Ministerial, en Noviembre de 1.959, por la que se prohíbe indefinidamente la caza de patos en Las Tablas, se abría un largo paréntesis en la historia del cazadero, que por Ley de 31 de Mayo de 1.966, se convierte en Reserva Nacional de Caza.

Como hemos visto anteriormente, desde tiempos ancestrales hasta ahora, estos suelos pobres y salinos, que no hacen viable unos cultivos agrícolas rentables, han servido de substrato o soporte a un biotopo que servía para albergar una de las biocenosis más interesantes del centro de la península Ibérica. El ecosistema de Las Tablas era un santuario de la vida acuática y cumplía una importante misión como lugar de reposo en el largo periplo que realizan las incansables anátidas migratorias.

Ciudad Real, octubre de 2001
Fabián Martínez Redondo

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